Preparativos
Las sombras de la noche bailaban sobrecogedoras. Un último repaso a las armas. Parecían en perfecto estado. El rumor lejano de la actividad incesante en la fragua, acompasaba la inspección. Hoy Dara pensaba utilizar el hacha, regalo de su amigo Elladan, y el escudo pesado. Sabía que hoy dependería más de su fuerza que de la táctica pero gracias a los consejos de Elladan no estaba preocupada en exceso. Una decena de acogedoras hogueras, impregnaban su piel e inundaban sus poros con el aroma de leña quemada y rancho de la milicia. Quizás sí estaba algo expectante e inquieta, como siempre que comenzaba una nueva aventura, pero no sentía ningún temor. Una leve sonrisa, inconsciente e inesperada, se dibujaba en su afilado rostro mientras sus pensamientos la transportaban. Muy lejos.
Entre la niebla de sus recuerdos emergía con fuerza la imagen imponente del guerrero. Aquella noche en la sala del clan. Recordaba nítidamente la armadura de entrenamiento de Elladan y su poderosa espada. Aquellos consejos de combate resonaban aún con fuerza en su cabeza como eco eterno. Y luego vino el combate. No había comenzado a esgrimir su espada de fuego y ya estaba en el suelo, tendida completamente de espaldas y bastante dolorida en su amor propio.
- ¿Te he llegado a hacer cosquillas?
Preguntó Dara intentando ocultar su sorpresa por la maestría del ataque.
- Apenas
La escueta respuesta de Elladan se enmarcaba en una franca sonrisa, mano tendida a Dara ayudando a incorporarla.
Dara, absorta en aquellos pensamientos, seguía afilando su hacha.
Y la sonrisa aún dibujaba su cara.
La Tormenta
La negrura de la cueva imponía su grandeza a los dos grupos de héroes encabezados por Dara y Shumi. La experta sanadora del clan se había unido a la aventura por la ausencia de Elladan, ocupado en frenar el avance Charr en Ascalon. Era el momento de la verdad. Una fría serpiente recorrió la espalda de Dara. La respiración agitada, contenida. El vaho manando a borbotones de sus bocas en la gélida madrugada. Sabor a metal en sus paladares. Ambas se miraron un instante y sus decididos ojos asintieron en silencio.
Dos gritos, que fueron uno, espolearon a los héroes. Y todos, como un solo hombre, como una sola mujer, cargaron a la carrera y se perdieron en el interior de la gruta. Niebla lejana que se alimentaba de las figuras de aquellos valientes a medida que se adentraban en las fauces de la Dragona. Metales y correas chocando en una danza frenética de sangre. Magia y acero. Lo divino y lo humano luchando en un solo ser. Orgía de generosidad. De entre el caos primigenio de la batalla nacía desinteresada, pura, la más arcana de las verdades...
Amistad
Ya no había adrenalina. La calma y el silencio se apoderaron del campo de batalla. La espesa niebla, aliento de la Dragona, se deshacía en jirones dando paso a una débil bruma. Dara y Shumi renacían del interior de las deformadas armaduras, de los ensangrentados correajes, de los ropajes ennegrecidos por el fuego. Y ambas, en silencio, cruzaron sus miradas de nuevo. Y ambas asintieron de nuevo. La vida rezumaba y se abría paso entre sus heridas. Y sin ellas saberlo, un vínculo invible había atado sus destinos esa noche.