Niebla
Algo no estaba bien. El jefe de la columna Charr había ordenado descanso tras varias horas de marcha continuada y el caótico grupo estaba desperdigado en el cenagal. Moo, era un Charr viejo. Muy viejo para seguir en la milicia y era blanco frecuente de las pesadas bromas de sus compañeros. Pero raras veces se equivocaba…
La niebla envolvía a la desordenada jauría. Apenas veían más allá del extremo de sus hachas. Fría, desapacible, silenciosa. Un manto húmedo. Una mortaja que entraba en sus pulmones. El viejo Charr solo veía el desdén con el que la niebla velaba sus ojos. Solo olía humedad. Solo sentía frío. Moo solo escuchaba un eterno silencio. Pero algo no iba bien.
Sangre
Nunca supo de donde venía. Un tenue zumbido rasgó la niebla. Un monstruoso alarido. Un golpe y de nuevo silencio. Moo, empuño tembloroso su hacha. Más zumbidos. Más crujidos de huesos. Más gritos. Más agonía. Y de nuevo silencio…
El inconexo grupo, sin proponérselo, se había reagrupado en torno a su jefe. O lo que quedaba de él. Una mirada perdida en la niebla infinita. Su boca abierta y sin aliento. Una flecha de guardabosques atravesando su faringe.
Moo nunca había sido cobarde. Pero lo último que oyó en su vida fue un grito ensordecedor. Moo notó mucho calor. Por primera vez desde que entró en la maldita niebla ya no tenía frío. Moo se llevó la mano al pecho para acariciar la manta que le acogía y entre sus dedos y la niebla solo pudo percibir su sangre.
Sangre y niebla.
Después vino la niebla eterna.