Soledad
No era la primera vez que sentía en su boca el terroso sabor del polvo del camino. La sed rasgaba su garganta con cuchillas invisibles y a duras penas lograba mantener abiertos los ojos. Muchas jornadas de travesía en solitario le habían enseñado a caminar mientras dormía. Pero el instinto se mantenía despierto…
El cielo herido, sangrando un alba más, ahuyentaba la partida de carroñeros que la acosaban desde el ocaso. Una suave y cálida sensación acariciaba sus fríos brazos desnudos al tiempo que la vida emergía, generosa, un día más en el horizonte.
Muchas horas corriendo, fintando, degollando y rebanando aquellas pertinaces criaturas. No recordaba cuantas veces esa noche había tenido que arrebatar la vida de quienes la acosaban. Muchas. Tal vez demasiadas. Pero Dara no tenía remordimientos, seguía viva. Y se sentía agradecida por aquel amanecer.
El dolor se hacía insoportable. Y la mantenía despierta. Obstinadamente proseguía su camino. Añoraba los cuidados de Mhenlo. Si caminase junto a ella ya habría recuperado su vigor. Manos mágicas, manos suaves, manos amigas.
La soledad del guerrero…
Niebla y Sangre
Años después regresaba por el mismo camino. El mismo amanecer que tenía grabado en su retina… y en su corazón. La misma noche. Los mismos enemigos. Pero era distinto. Las heridas le dolían pero ya no le dolía el alma como antaño. Hoy, caminaba con sus compañeros de clan.
Ya no había maldición para Dara.
Ya no estaba sola…